CITA
MARTES, 30 DE SETIEMBRE DE 1958. CINE DORADO. LAS NOCHES DE CABIRIA
Giulietta Masina estaba magnífica. Nunca la había visto así… Quería decir: siempre la había visto espléndida pero era la primera vez que rozaba lo sublime. El año anterior recordaba haber visto quizá por primavera, y quizá también en el Cine Dorado, La Strada, y Carmen había decidido que no quería ver más cine que el de aquel italiano. A él, antes de conocer a Carmen, le gustaban más los western, las grandes epopeyas, el cine épico que llenaba las pantallas de gente vestida con túnicas de colores brillantes, esos espectaculares peplum con cientos de extras, mujeres que danzaban con siete velos ceñidos al vientre, hombres que vestían vistosas clámides, calzas recias, espadas cortas; bravos varones que exhibían pechos interminables y cuellos robustos. Pero el tiempo llevaba consigo la semilla del desencanto y se le había ido apagando la pasión por los grandes discursos y las frases redondas. Ahora, con Carmen cogida de su brazo, se enfrascaban en películas de Fellini o Billy Wilder.
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