IGLESIA DE SAN CAYETANO

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Los alumnos, de buena mañana, se sentaban en los peldaños de la iglesia de san Cayetano mientras con¬templaban a los últimos hortelanos recogiendo su mer¬cancía sobrada de la venta al Mercado Central. Los mayores se fumaban un cigarro liado con picadura mientras otros pelaban la pava con las compañeras de curso recogidas a la puerta ya del Colegio, esperando los toques de la campana. Sonaba y, pausada o de modo arrebatado, dependía de la edad, subían las enormes es¬caleras que un tiempo, pasado y perdido, sirvieron para que por ellas ascendiesen los criados del Justicia ajusti¬ciado señor Lanuza.

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El jueves a media tarde se detienen las clases y en fila de a dos se pasa del Colegio a san Cayetano entonando, desafinadamente, motetes alusivos al acto. (…)
En el interior de la iglesia el sol entra a raudales por el rosetón del fondo situado por encima de un san Miguel barroco y una santa Isabel reina de Portugal y paisana de la mayoría de los alumnos del Central. Toda la belleza de esta iglesia –que se cobija bajo una hermosa cúpula y en cuyas naves laterales se levantan varios altares dedicados a santos, santas y Cristos crucificados o yacentes– impresiona a los alumnos de primaria que, en silencio, van ocupando los asientos de las primeras filas; delante las niñas, detrás los muchachos. Y con unos bancos vacíos se van sentando los alumnos de bachillerato siguiendo el orden correlativo de sus cursos. Curiosamente, a las alumnas se les busca un acomodo situado en una de las naves laterales bajo la atenta mirada de una cuidadora, viuda de un miembro de las Brigadas Internacionales y que se quedó varada aquí el día que su marido murió en el campo de concentración de Belchite, que enseña a las alumnas a cantar canciones de campesinos americanos