CITA
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Los sábados por la tarde acuden al Colegio después de comer para, unidos a los externos, mediopensionistas e internos, trasladarse a los duros campos de fútbol de los alrededores de la ciudad y jugar interminables partidos durante toda la jornada. En filas de a dos, los mayores al final y los pequeños delante, bajan hasta la orilla del Ebro y siguiendo ese camino toman luego por encima del Puente de Piedra –»esto lo hicieron los romanos», comenta Sanz con sus botas futboleras colgadas al cuello–, descienden por el barrio de los huertanos y llegan a un enorme descampado donde se levanta un campo reglamentario de yerba rala, vestuarios cochambrosos y porterías oxidadas. Los mayores, equipados y envidiados por los menudos, inician la partida del Campeonato Escolar mientras los pequeños, atenazados por la ventera, dan gritos animando a los suyos.
Cuando no hay campeonato de colegios los alumnos suben por las calles del barrio de san Pablo, cruzan las vías del viejo ferrocarril Madrid, Zaragoza, Alicante y, desembocando en campos cubiertos por la carbonilla desechada por las máquinas de vapor, inician interminables partidos con porterías formadas por los jerséis y los abrigos y los balones son tan viejos que casi siempre acaban pinchando y con ello terminando el famoso «derby» internacional entre los internos y los externos. Los mediopensionistas, que son pocos, hacen de árbitros, liniers y jugadores sustitutos cuando los otros se cansan.
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