CITA
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Cuando llegué, Nico estaba impecable, sentado junto a la mesa del profesor, frente a los demás chicos; de no ser porque estaba un poco pálido nadie hubiera dicho que le había pasado algo. Parecía tran¬quilo y, al verme, sonrió como si también quisiera tran¬quilizarme. Don Ginés, el maestro, me dijo que se había recuperado enseguida, que se encontraba bien, solo un poco mareado, y que por eso no habían llamado a un médico, pero que tal vez sería bueno que lo viera uno, que él nos acercaba en su coche. Dejó a su mujer a cargo de la clase y me llevó a la Casa Grande –al Primo de Rivera, como se llamaba entonces–.
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