CITA
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Y con el denso olor del incienso y el embrujo de los sombríos rincones de la iglesia donde reposan las cenizas de don Juan de Lanuza, los compañeros entran con cara de compungidos y, sentados bajo el púlpito, el director espiritual del Central, un viejo cura de ilustres inopias, les acusa con el dedo índice y les dice:
–¡Arrepentíos, impuros, impúdicos, viciosos! Un día una mano peluda –y hace un gesto hosco alargando el brazo y girando la mano– os sacará las entrañas si antes no os han salido por las narices los sesos exprimidos de tanto vicio…
Y mientras la voz cascajosa y aguardentosa resuena desde el coro hasta el altar mayor el Sueco le dice a Perdiguera:
–Tampoco era para tanto. Total, os la habéis cascao igual que otras veces y esta con pecado mortal. ¡Vaya suerte!
Por la tarde, en el campo de fútbol de Torrero, alguien les grita desde el fondo del gol de pie: «¡Pajillerooos!». Y el Zaragoza vuelve a perder. De bajada a la ciudad los colegas, los que van al fútbol y los que no, se reúnen en un banco de uno de los paseos y miran a las muchachas en flor con la delicadeza con la que iban creciendo hacia su futuro más próximo.
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