CITA
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La niña Pilar no creció bien. No se comportaba como una niña normal. Tenía un algo que los médicos no sabían diagnosticar. Era tontica, pero de una tontería rara, inaprensible para la medicina del Gancho de 1923. Así que mis bisabuelos, por consejo del doctor, la llevaron a la Facultad de Medicina, la que dirigían los discípulos orgullosos y altivos de Ramón y Cajal.
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Orillada en los soportales de Independencia, contra la vergüenza y el sol, hasta subir la escalinata de la Facultad de Medicina. Un portalón diseñado para intimidar a las madres pobres del Gancho cuando entraban con sus hijas tontas, con las estatuas sedentes de los grandes médicos de la historia de la ciudad de guardia en las columnas. Laxos y digestivos, en posición de sobremesa de casino, como si la ciencia no fuese con ellos. Un Miguel Servet de alabastro, a modo de conserje chulesco, bostezaba al paso de mi bisabuela. Las abarcas de Engracia harían crujir la madera de los corredores donde los discípulos de don Santiago Ramón Y Cajal, señor emérito de aquel castillo, la obligarían a esperar. Siéntese aquí. Y la mujer se sentaría entre sombras académicas, haciendo puñetas, la vista al suelo para no cruzarla con los estudiantes revoltosos que venían de hacer ventriloquismos con los cuerpos verdes de la sala de disección. Sentada en un banco de madera, como en misa, esperaría que los médicos le devolvieran a la niña.
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SERGIO DEL MOLINO
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