CITA
Derrotado el enemigo, empapados en sudor, los sobrevivientes asomaban la cabeza por encima de los cráteres de las bombas y, una vez apaciguado el fuego de mortero, caminaban de nuevo hacia el barrio y se sentaban juntos ambos ejércitos a la entrada de la calle Rusiñol, al pie de la acacia que se levantaba en la esquina. Ginés, el hijo de Esparza, el maquinista de la línea 1, juraba que había visto una vez en el agujero del tronco, justo sobre la raíz, esa que era tan nudosa como las manos de su padre, una medalla de primera comunión colgando más allá de donde la mano se atreviera a tocarla, allá donde los dedos podrían encontrar cualquier cosa en un árbol como aquél. Otra bomba de las tuyas, Ginés, otra bomba, le decían. Alguno confirmaba que sí, que a veces veían algo brillando en la oquedad y Ginés decía que era la medalla y que una mujer regaba el árbol todos los días.
UBICACIÓN
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