CITA
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Don Luis le replicó con la mirada dura, clavándole aquellos ojos fríos suyos que en vez de sanar, herían tan hondo. Esto es lo que hay: a bautizar y al hospicio. El sábado a las seis, para que nadie les viera, en Cristo Rey. Abriría él mismo la Iglesia. Si se enteraba el obispo de que tenían niños sin bautizar, ya se podía despedir de su puesto de capellán “de la noche”. La Reme llegó con Robinsón de la mano, una blusa blanca y una chaquetita de punto. El sol no había despuntado aún y el aire de la mañana venía fresco. A Robinsón le dio miedo el frío de las manos que lo sujetaban para que no rozara con sus deditos roñosos la pila bautismal, dura como el pedernal, las manos que lo alejaban de ella como si no quisieran que aquel cuerpo infantil manchara lo que Dios había bendecido. Como si un niño pudiera manchar u ofender a Dios. Un Dios enfriado. Un Dios que respiraba un frío que no era de madre; que no era de ninguna de las mujeres que conocía. Tenía ocho años y aún no sabía qué era: un hijo de puta, un hijo de puta sin bautizar, un hijo de la gran puta sin cristianar.
UBICACIÓN
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