CITA
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Como he dicho, el día de Todos los Santos me gustaba subir al mausoleo de Joaquin Costa, a pesar de las advertencias de mi madre y de mi abuela, que ya entonces vestía de negro y solo de negro, ya que tenían miedo de que me cayera y me rompiera la crisma en aquellas escaleras de piedra talladas en los riscos que culminaban con el busto barbado de don Joaquin. Ahora, Costa ya está dentro del cementerio, que ha crecido tanto que al lado de su mausoleo solo queda una pared de la tapia del viejo cementerio, una pared que fue el paredón en el que fusilaron a muchos prisioneros durante la guerra civil y durante la posguerra. Todavía en 1948, mi padre, que había empezado a trabajar, veía algunas mañanas el camión que iba a la cárcel, recogía a los presos y los llevaba hasta la tapia del cementerio. Como estaba amaneciendo y aún no había mucha luz, al conductor del camión le obligaban a enfocar con los faros la pared y a los prisioneros. Cuando volvía, contaba mi padre, lo primero que hacía el hombre era entrar en el vater del garaje y vomitar, lejos de las miradas de los ejecutores y de los ojos de piedra de don Joaquín.
UBICACIÓN
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