CITA
Páginas 189-190
De aquel viejo tren del que se nutria la estufa familiar ya no quedan más que el recuerdo y viejas fotos que de vez en cuando aparecen en el armario de mi abuela. Lo mismo ocurre con las puertas de la ciudad. Cuando llegó mi abuela a Zaragoza, ya solo quedaban dos: la del Carmen, que aún sigue milagrosamente en su sitio, y la del Duque, que en realidad era una especie de arco del triunfo que habia por la plaza de San Miguel. Esa era la favorita de mi abuela, porque pasaba por ella cuando iba de la estación de Utrillas al piso de la calle de la Libertad y también cuando iba y volvia de la fábrica de Pina. Cuando la demolieron, mi abuela lo sintió, porque entonces mi abuela todavia sentía las cosas que pasaban a su alrededor. Aquella puerta, de la que hoy no queda más que una pintura recordatoria en un muro cercano al lugar en el que se levantó, estaba ligada a los años de su adolescencia y su juventud, a los años en los que conoció a Pepe, el pobre Pepe, y a Paco, que acabaría convirtiéndose en su marido.
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