CITA
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Pedro Molina Heredia colocó a su hijo José en Gómez y Sancho, la tienda de la calle Manifestación, y el universo de mi abuelo se expandió en un único y definitivo impulso. Su fatum estaba escrito con caligrafía de escolapio. Sería un vendedor, como su padre. Un vendedor de cosas de otros. Un tendero, no un comerciante. El salto del campo a la ciudad no daba para más de momento. Las señoras iban con sus hijas a Gómez y Sancho a comprar telas por metros para coserse ajuares. Era un mundo femenino y casi secreto, el de aquel comercio. Las mujeres se sentaban ante unos mostradores grandes para examinar los paños bajo una buena luz. No tenían prisa, las ventas tardaban mucho en cerrarse. Mi abuelo iba y venía del almacén con nuevas muestras. En burdeos no nos queda, pero mire qué le parece este granate. Si lo que quiere son cortinas a la moda, toque este género que nos acaba de llegar, es lo más en París, Ya sabe que en París no hay persianas, todo funciona con cortinas, y ahora las hacen de este algodón, que se lava fenomenal. Sí, señora, amarilleará un pelín, pero lo puede blanquear con vinagre una vez al año.
(…)
Gómez y Sancho ya no existe. Funciono hasta los años ochenta, con su misma retórica sin retórica. Aquella tienda enorme con entrada por dos calles se convirtio en un bar de copas muy famoso en los noventa, La Piedra de Blarney. Hoy sigue siendo un antro nocturno. Se llama Club Déjá Vu y siempre que paso por delante está cerrado.
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SERGIO DEL MOLINO
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