CITA
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SÁBADO 27 DE SETIEMBRE DE 1958. VIVIENDA DE CONSUELO ESTÉBANEZ Y ONESÍFORO CABA. ENTRESUELO DERECHA DEL BLOQUE DE VIVIENDAS “CASTA ÁLVAREZ”
Si Consuelo cocinaba con las ventanas cerradas era por el instinto de conservación. Los días del ayuno habían pasado, los del “plato único” también, pero le quedaba ese pudor extraño a que nadie supiera qué estaban comiendo o quizá qué no estaban comiendo, ni siquiera que supieran que estaban sentados a la mesa. Ella era de las que siempre había pagado el segundo plato, peseta y media o dos pesetas, para el Frente, para que comieran
los chicos. Ese plato que solo ayunaban los pobres porque los ricos comían dos y pagaban medio. El plato único. Aún guardaba los recibís de todos y cada uno de los días desde octubre del treinta y seis hasta el final de la guerra. Pasaban a buscarlos las del Auxilio Social a mediodía, cuando estaban todos a la mesa. Su madre, los dos hermanos que nunca volvieron. La intimidad perdida. La intimidad añorada. Por eso cocinaba siempre con las persianas bajas. La intimidad era lo único que les quedaba en aquella casa de paredes de papel. Había aprendido a cocinar despacio y comer rápido, como si lo primero fuera la penitencia y el pecado viniera después: una extraña teología. Consuelo odiaba la cocina. La despensa era la escasez. Miraba la suya y todo era pared deslucida y cal. Dos garrafas de aceite con algo de adobo, las menos veces lomo; las más, tajo bajo y costilla.
Algo de enjundia que poner en el plato. Recordaba con la rabia cosida al pecho aquellos libros de la Sección Femenina, como si no se la pudiera arrancar.
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